La monumental cantidad de elefantes que se necesitó para construir el Taj Mahal

Aplastar, tirar, empujar, girar, arrastrar era su trabajo, todos los días, durante años. Se usaron para transportar toneladas por caminos imposibles, arrastrar estructuras gigantes, empujar carretas que se hundían en el barro y ascender pendientes interminables.
Más de 1.000 elefantes pasaron dos décadas cargando con el peso de un mausoleo que no habría existido sin sus lomos. Ellos no diseñaron nada, no decidieron nada y, sin embargo, fueron los que hicieron avanzar la obra. No tallaron ni una flor, pero sin ellos no habría habido mármol que tallar. El Taj Mahal se construyó sobre su fuerza.
Piedras preciosas de medio mundo, transportadas sin descanso
El mármol blanco de Makrana, que hoy deslumbra a los visitantes, recorrió cientos de kilómetros subido a los elefantes, igual que el lapislázuli de Afganistán, la turquesa del Tíbet, el jade chino, los zafiros de Ceilán, la cornalina de Arabia o el jaspe del Punjab. Nada llegaba por mar, ni en tren, ni a lomos de camellos.
El viaje era lento, agotador y repetido durante años. Cada animal cargaba con bloques enormes, algunos tan pesados que ni combinando decenas de trabajadores humanos habría forma de moverlos.

Para subirlos hasta el nivel de obra, se construyó una rampa de tierra de 15 kilómetros. Los elefantes avanzaban por ella arrastrando cargas que habrían tumbado a cualquier otro animal. Cuando llegaban al final, entraban en acción las poleas, las vigas de madera, las yuntas de bueyes y las mulas. Pero ese esfuerzo no servía de nada sin el empuje previo de los elefantes. Sin ellos, la primera piedra nunca habría llegado.
Por si fuera poco, los carros especiales que se diseñaron para parte del transporte terrestre solo se podían usar gracias a la potencia de los elefantes al empujarlos. En los tramos más delicados, eran los únicos capaces de mantener el equilibrio de las piezas, sujetarlas si se deslizaban o soportar el peso muerto cuando no había espacio para maniobras. Mientras los artesanos pintaban caligrafías o embellecían muros con piedras preciosas, los paquidermos seguían moviendo cargas.
La maquinaria no bastaba sin la potencia de los elefantes
Durante los 22 años que duró la obra, participaron más de 20.000 personas: canteros, carpinteros, bordadores, pintores, tallistas, calígrafos. Pero nada de aquello habría sido posible sin una fuerza que no venía del ingenio, sino del músculo. Las 28 variedades de piedras preciosas y semipreciosas que decoran el mausoleo recorrieron miles de kilómetros gracias a animales preparados para resistir la distancia, el peso y el tiempo.

Cada fase de la construcción dependió de esa potencia descomunal: desde la recogida de los materiales hasta su colocación final. No fue una decisión basada en la tradición ni en un símbolo espiritual, sino en una necesidad práctica. Ninguna otra criatura era capaz de soportar semejante exigencia física durante más de dos décadas. Su resistencia marcó los tiempos, condicionó la logística y mantuvo en movimiento un proyecto que parecía inabarcable.
El diseño general del complejo se atribuye a Ustad Ahmad Lahori, arquitecto de la corte mogola, aunque su ejecución fue fruto del esfuerzo colectivo de artesanos y especialistas llegados desde distintos puntos del imperio. El trazado era milimétrico, pensado para expresar la perfección simétrica del paraíso islámico, pero su realización no se apoyaba en la geometría, sino en la tracción constante que permitía trasladar y ensamblar cada pieza.

Cuando Shah Jahan ordenó levantar el mausoleo para Mumtaz Mahal en 1631, tras su muerte durante el parto, no imaginó que los verdaderos pilares del proyecto no serían de piedra, sino de carne. La construcción comenzó en 1632 y concluyó en 1653, con un coste estimado en 32 millones de rupias de la época, el equivalente a unos 827 millones de dólares actuales. Pero todo eso llegó allí por una sola razón: los elefantes lo trajeron.
0